[vc_row][vc_column][vc_single_image image=»1192″ img_size=»full» alignment=»center»][vc_single_image image=»1193″ img_size=»full» alignment=»center»][vc_column_text]En capítulos anteriores:
Toda esta historia comienza con la muerte de Rubén Gorrochategui en junio de 2019, un joven estudiante del Instituto Internacional Virtus. En el capítulo dos (2014) conocemos la muerte de Jimena, hermana de Germán de Suánces-Gómez, a manos de algún asesino misterioso. En el capítulo tres (2019) Germán repasa información sobre la serie de asesinatos de 2014 y toma una decisión importante. En el capítulo cuatro (2019) una figura encapuchada visita un viejo sótano en la Calle de las Flores para hablar con Ana y planificar un asesinato. Ahora llegamos al capítulo cinco, y… sigue leyendo 🙂
22 de junio, 2019 – Germán
Las primeras notas de la conversación fueron huecas, vacías, aunque no tardaron en centrarse en lo que les interesaba a ambos. Germán de Suánces-Gómez y Javier Gorrochategui eran dos hombres forjados en el fuego del sufrimiento, dos hombres que no estaban para perder su tiempo ni el de los demás.
Germán fue el primero en entrar en materia y lo hizo a bocajarro.
—Sé cómo murió Rubén.
Pronunció estas palabras esperando alguna reacción por parte de Javier Gorrochategui.
No la hubo.
El mayor empresario bovino del mundo se mantuvo recostado en su butacón con la mirada fija en el mar. Era como si la muerte de su hijo no le hubiera afectado, pero Germán sabía muy bien que cada uno lleva el dolor como puede, no como quiere, así que esperó hasta que Javier empezó a hablar.
—No es justo. Las cosas no tienen que pasar así; los hijos no tienen por qué pagar por los pecados de los padres.
Javier Gorrochategui giró lentamente la cabeza hasta enfocar su vista en Germán.
—Sé por qué estás aquí, Germán. Estás convencido de que la muerte de Rubén tiene algo que ver con la muerte de tu hermana y con la desaparición de aquel chaval sueco, Tobías, ¿no? También crees que está relacionada con la muerte de Fátima, la hija de ese moro arrogante.—Germán hizo ademán de comenzar a hablar, pero no tuvo tiempo.— Antes de que empieces a defender tu teoría, déjame decirte que yo también lo creo. Hay demasiadas coincidencias, demasiados cabos sueltos, rotos, segados con cortes demasiado parecidos.
»Lo que no termino de entender es qué quieres de mí, qué haces aquí. El Germán que yo conocía no vendría aquí buscando un hombro sobre el que llorar, y menos el mío. Vendría porque quiere algo. Así que, por favor, dime a qué has venido.
—Tan directo como siempre. Perfecto, las cartas sobre la mesa. Necesito un aliado, Javier. Necesito alguien con poder y con capacidad de influencia. Lo intenté con mi padre, pero no quiere ver, no quiere aceptar lo que tú ves tan claro, aunque está cambiando las políticas de CropTech poco a poco y ya no sé qué pensar. El resumen es que alguien está castigando a algunas de las grandes fortunas del mundo y creo que sé por qué, pero necesito ayuda para llenar los huecos.
—Quieres mi dinero.—Una sonrisa rota asomó en los labios del empresario.
—Reconozco que no me iría mal contar con más recursos. El grifo de mi padre está casi cerrado y hace años que no trabajo, que no hago otra cosa que buscar a ese hijo de puta que asesinó a mi hermana y que ahora ha hecho lo mismo con Rubén. Soy bueno en lo que hago. Muy bueno, de hecho. Puedo entrar casi donde me da la gana, pero aun así necesito material de primera, necesito pagar sobornos, necesito comprar información, y todas estas cosas son muy, muy caras.
»Pero lo que de verdad necesito son dos ojos más, otro cerebro, nuevas perspectivas, algo que me ayude a salir del atolladero en el que estoy metido, alguien con la misma sed de venganza que yo, que no vaya a desesperar, que me ayude. Sé que hay algo que se me escapa y sé que lo tengo delante, pero soy incapaz de verlo. Eso es lo que más necesito de ti.
Ya está, ya lo había dicho. Había sido más fácil de lo esperado. Llevaba muchos meses dándole vueltas a esta idea, a la idea de no estar solo, de contar con alguien, con un Robin que le ayudara en su particular cruzada contra aquel escurridizo Joker. Le había costado mucho decidirse; demasiados años trabajando solo, en silencio, viendo cómo su corazón se resquebrajaba al ir hilando información, al ir comprendiendo que había alguien que castigaba a las grandes familias que destruían el mundo. Por muy misántropos que creamos ser, el ser humando es un ser social y necesita relacionarse, necesita compartir y necesita recibir, así que incluso Germán había llegado a la conclusión de que él solo no iba a poder con todo.
Javier Gorrochategui se incorporó en el sillón y cruzó las piernas, derecha sobre izquierda, generando una pequeña arruga en el pantalón beige. Entre los grandes empresarios, Javier tenía fama de persona fría, calculadora; nunca daba un paso sin haber previsto antes todas las potenciales consecuencias de sus actos y decisiones.
Hasta ahora.
Hasta que sus cálculos habían fallado y su pequeña Paula, o Rubén, como a ella le gustaba que le llamaran, había sido asesinada. Clavó la mirada en Germán durante unos segundos antes de responder con un brillo turbio en la mirada.
—Quiero estar dentro. Quiero saber todo lo que sabes. Quiero ser uno más. Si vamos a coger a ese cabrón quiero ser el primero en verle la cara. Si aceptas esto no te faltará de nada, yo me encargaré. Pero si me engañas, si me ocultas información o si juegas conmigo, me encargaré de que no vuelvas a investigar nunca más. Nunca. Espero haber sido claro.
Germán miró fijamente a Javier. ¿Podía confiar en él? No tenía alternativa. Supo que Javier podía ser un aliado en cuanto leyó la noticia de la muerte de Rubén en el Diario de Mallorca. Un poco cruel, sí, pero una realidad al fin y al cabo; igual de real que su hermana desangrándose en sus brazos. Javier podía ser la clave para que aquello funcionara. Germán necesitaba recursos y los necesitaba ya, así que cerró los ojos, respiró hondo y asintió.
—Ven conmigo. Tengo muchas cosas que enseñarte.
Llegaron a casa de Germán cada uno en su coche y subieron directamente al estudio, que les recibió con una mezcla de olor a madera vieja y a limpieza profunda.
—Bonitas vistas.—comentó Javier dirigiendo la vista hacia el enorme ventanal tras la mesa de caoba. Desde allí podía verse prácticamente toda la bahía de Palma; parecía que, estirando la mano, podías acariciar el torreón de Illetas o la Isla de Sa Porrasa, frente a Magaluf, incendiada hacía unos años por dos guiris borrachos.
—No es eso lo que quiero enseñarte. Ven, por favor.
Germán dirigió a Javier hacia la pared opuesta al ventanal, hacia la pared que recibía toda la luz de aquella habitación y sobre la que colgaba un corcho enorme, de tres metros de largo por dos metros de ancho; un corcho viejo y lleno de fotos, recortes de periódico, notas manuscritas por Germán, fechas, líneas temporales e hilos que unían chinchetas. Parecía la obra de un maníaco. Fotos viejas de Jimena, Tobías, Fátima o Carmen Muiño, la hija de un narcotraficante Gallego reconvertido en empresario, estaban acompañadas por fotos más recientes de Rocío Ramírez, la hija desaparecida del magnate del armamento Fernando Ramírez, y de Paula — o Rubén —, el hijo de Javier Gorrochategui.
—El corcho de los horrores.—comentó Germán señalando con la mano derecha aquella obra macabra, lienzo de la corrupción humana.
—Joder, Germán, ¿a esto te has dedicado los últimos años?
—Sí. Hay tantos patrones, tantas repeticiones, tantos puntos de contacto, que no entiendo cómo el memo del Inspector Joan Mora no ha caído en ello. No entiendo cómo no han enviado un equipo especial a investigar este caso, o estos casos como ellos lo llaman. Quiero creer que…
—¿Qué hace la hija del narco en este corcho?—interrumpió Javier. Germán tardó unos segundos en recuperarse. No estaba acostumbrado a que nadie le dijera lo que tenía que hacer.
—Carmen Muiño fue la penúltima de la serie de asesinatos de 2014. Fue castigada por la cantidad de vidas que su padre segó durante los años en los que introdujo tonelada tras tonelada de cocaína a través de las costas gallegas. Sabes tan bien como yo de dónde sale la fortuna de Andrés Muiño. El hijo de puta es más listo que un demonio y, en cuanto vio que un joven juez Garzón iba a por ellos, dejó el negocio y empezó a invertir en maquinaria pesada para la industria agroalimentaria. Sus drones y bots son factor clave en el éxito de los cultivos en masa de CropTech, la empresa de mi padre.
—¿Cómo que la penúltima? Que yo sepa, de los chavales del Virtus Carmen fue la última que murió aquel año.
—Creo que en 2014 el asesino cometió un error. Un error que casi le cuesta la vida y por el que estuvimos a punto de pillarle. El imbécil de Mora nunca ha querido escucharme, pero creo que Teresa Lladó fue, sin quererlo, la piedra en el camino que detuvo la serie.
—¿Quién es Teresa Lladó?
Germán señaló la esquina superior derecha del corcho. Allí, aislada, estaba la imagen de una joven de unos quince años. Unos ojos verdes acompañaban a una sonrisa prístina, coronada por una nariz pequeña y respingona. En conjunto, aquella cara desprendía armonía y perfección por todos lados. Era preciosa. La foto estaba aislada y rodeada de varios recortes de periódico con titulares como “la misteriosa desaparición de la gran promesa ecologista”.
—Teresa Lladó era una joven de dieciséis años que desapareció dos días después de que el cadáver de Carmen Muiño fuese encontrado en el maletero del Mercedes de su padre. Recordarás el revuelo que se levantó cuando encontraron el cadáver de Carmen y lo que le costó a Andrés Muiño probar su inocencia en aquel caso.
—Claro que me acuerdo, el Última Hora estuvo meses exprimiendo el caso. En este país de marionetas un titular que vende vale más que cualquier verdad.
Germán hizo caso omiso del comentario de Javier y siguió hablando.
—Aquel follón fue el que hizo que la muerte de Teresa pasara desapercibida para la opinión pública. Teresa era hija de Catalina Lladó, principal impulsora del GOB, o Grupo de Ornitología Balear, una de las principales asociaciones ecologistas de Baleares. Era la gran promesa ecologista de Mallorca. Estaba metida en todos los grupos ecologistas a nivel europeo (Greenpeace, YouthforEurope, Amigos de la Tierra, WWF o BirdLife, entre otros), militaba en Equo aquí en España y tenía un canal de Youtube en el que enseñaba a los jóvenes españoles cómo podía compaginarse el modo de vida actual con un ecologismo activo. Era el futuro del ecologismo y apareció muerta tan solo cuatro días después de que encontraran el cadáver de Carmen Muiño.
Javier prácticamente no parpadeaba mientras escuchaba las palabras de Germán. Su cerebro intentaba hilar toda aquella información que por ahora parecía inconexa.
—Hay muchas cosas que no cuadraban dentro de la muerte de Teresa.—continuó Germán— Las otras cuatro muertes, excepto la de Tobías, del que nunca se encontró el cuerpo, habían sido brutales; se habían ensañado con los cuerpos porque se quería transmitir un mensaje. Teresa, sin embargo, apareció sobre uno de los bancos de piedra en la plaza de Portals Nous. Parecía que estaba dormida. Una nota con un “Lo siento” escrito a toda prisa acompañaba al cuerpo, que todavía estaba caliente cuando una vecina lo encontró en la mañana del 24 de mayo de 2014. Los análisis revelaron que había sido envenenada hasta la muerte, aunque parecía que habían intentado suministrarle algún tipo de antídoto en el último momento. Como si se arrepintieran de haberla envenenado.
»En aquella nota había huellas, y una de las cámaras de la sucursal de La Caixa, situada a cincuenta metros de la plaza, grabó de refilón a una figura de espaldas, cubierta con una capucha, que depositaba el cuerpo y pasaba corriendo minutos antes de que aquella vecina llamara al 112. Las huellas de la nota correspondían a una mujer de origen británico llamada Katherine García Miller, residente en Portals Nous y Bendinat desde hacía años y que, misteriosamente, se mató en un accidente de coche dos horas después de que encontraran el cuerpo de Teresa. Un choque frontal contra la locomotora que adornaba la rotonda de Portals Nous, que quedó hecha un cristo. El coche se incendió. Cuando lograron apagar el fuego encontraron el cadáver carbonizado de Katherine acompañado de otro más que no se pudo identificar. La policía analizó las huellas de la nota que apareció sobre el cadáver de Teresa y las vinculó con la muerta en aquel accidente. Cerraron el caso sin hacer mucho ruido: una trastornada había asesinado a aquella joven y luego se había matado con el coche, dijeron.
—Pero a ti no te cuadraba, ¿no?
—No. No tenía sentido que alguien tan metódico como el asesino de los cuatro jóvenes del Virtus cometiera tantos errores, y menos aun que se suicidara. Estuve investigando la vida de Katherine García Miller. Era una mujer joven y solitaria que había estudiado en la mejores universidades del mundo. Doctora en matemáticas por la universidad de Harvard. No tenía actividad conocida, llevaba una vida austera a más no poder y, lo que era más importante, estaba bastante gordita.
—¿Cómo que estaba gordita? ¿Por qué era eso importante?
Germán señaló una foto borrosa en el corcho sobre la que había escrito “24 mayo, 2014. Katherine???”, donde se veía a una figura cubierta por una capucha negra que corría por El Paseo justo a la altura de la sucursal de La Caixa.
—Porque la figura que aparecía en la cámara de La Caixa estaba en forma, muy en forma. Era imposible que fuera Katherine García Miller.
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