[vc_row][vc_column][vc_single_image image=»1237″ img_size=»full» alignment=»center»][vc_column_text]Entrada 03 – Semana 30
¡Hola hola!
Papá al aparato. Hace mucho tiempo que no escribo y tengo muchas cositas que contarte. He estado un poco despistado por el follón ese que ya te conté sobre una pandemia mundial, pero como este diario es para hablar de ti y de cómo has entrado en nuestras vidas, he decidido escribir lo mínimo posible sobre este periodo tan triste.
Bueno, empezaré por cumplir una promesa: ya mides más de diez centímetros (de hecho, ya mides casi cuarenta y dos. Igual me he despistado un poco… jeje.) así que te debemos un nombre. Tu madre y yo, después de mucho valorarlo, hemos decidido llamarte… Tachááán: ¡ORIS! Sí, casi como los ascensores. Sabemos que es un nombre un poco raro, pero en las clásicas pruebas de “Oris, ¡ven aquí!”, “Oris, ¡basta!” u “Oris, ¡cómete la p*** sopa!” nos gustó mucho cómo sonaba. Además significa árbol, y queremos que tengas unas buenas raíces que te anclen a la Tierra porque, hijo mío, vas a flipar con la mierda de mundo al que te traemos. Una buena base hará que aguantes los ataques de idiotas y descerebrados que sufrirás a lo largo de tu existencia y que, desgraciadamente, creo que no serán pocos. Así que “de nada”, supongo. Esperamos que te guste mucho y, si no, a los dieciocho siempre puedes cambiártelo por “Bale” o “Cristiano Ronaldo” como hacen las mentes más brillantes de este planeta.
Siguiendo con la historia de tu gestación, nos quedamos en la semana 12, en la ecografía en la que nos afirmaban con un 70% de probabilidad que serías chico y en cómo le contamos al mundo que existías.
Vamos por partes.
Efectivamente: eres chico. Un chico grande, muy grande. Tan grande que tu madre se pasea por la vida como un camión con la carga mal estibada. Cualquier día de estos vuelca. De hecho, me he convertido en “Tià, el robot que recoge”, porque Martina ya ha decidido que cualquier cosa que se caiga al suelo se queda en el suelo. En fin, algo tenía que hacer en algún momento.
¿Te acuerdas de la ecografía de la semana veinte? Era esa ecografía tan importante en la que nos confirmaban si eras chico o chica, si estabas bien y si todo iba a salir perfecto. Esa “eco” nos tocaba en julio. Julio. Recalco el mes porque todavía no podemos creernos que los médicos, que estudian seis años y luego hacen cuatro más de residencia (una especie de prácticas para que aprendan mientras los explotan por una miseria) no se sepan los meses del año. En fin, que en la semana dieciséis, que era junio (junio) nos hicieron la ecografía de la semana veinte porque se equivocaron de letra y, por ende, de mes. Maravillas del ser humano. En esa ecografía nos dijeron que eras chico, que todo estaba bien y que podíamos irnos tranquilos.
Como anécdota, me gustaría contarte que el día de la ecografía de las veinte-dieciséis semanas (viva los médicos que no saben contar), mientras esperábamos para entrar, una enfermera sacó de la sala al padre de la pareja anterior a nosotros. Estaba blanco como la nieve y casi se desmaya. El primer pensamiento fue que qué clase de tortura suponía esa ecografía para que el padre saliera así, pero cuando entramos (un poco asustados, para qué engañarnos) nos contaron que el tío se había emocionado tanto que le había dado un telele. La enfermera, muy gentil, me dijo que más me valía estar calladito y no hacer tonterías, que ella estaba para atender a Martina y no para aguantar a gilipollas. Y yo, que soy muy obediente, me senté en una silla y me callé como si me hubieran grapado la boca. Así fue como en la semana dieciséis supimos que ibas a ser chico y que estabas sano sanote. Martina todavía podía caminar y tenía una tripa decente (ya veremos que esto no duró mucho).
La siguientes semanas fueron tranquilas. Yo trabajaba y Martina seguía dando algún taller, pero ya no daba clase regular en Porreras. Tomábamos té con algún amigo mirando el mar, dábamos paseos largos y charlábamos de las oportunidades que la vida nos ponía delante. Todo muy bucólico. En tu semana veinticuatro nos entregaron LA furgoneta. De esto creo que no te voy a contar mucho, ya lo vivirás cuando nazcas porque va a ser divertido. Solo diré que tengo callos en las manos de camperizar una Renault Traffic del 2019 y nos está quedando es-pec-ta-cu-lar.
Fue en la semana veinticinco cuando el tema cambió. De un día para otro creciste como si te hubiéramos regado con la poción de Obelix (tengo un par de cómics guardados para tí). De repente tu madre pasó de ser “Martina con una guisantito” a “érase una vez una mujer pegada a una sandía”. Se quedó sin vejiga porque suponemos que la aplastas tú, así que nos despertamos (sí, yo también me despierto para animar a mamá) entre cinco y seis veces cada noche para ir al baño. Tu madre aprovecha esas visitas al trono para cambiarse de lado al dormir, porque girarse en la cama ya es una hazaña digna de héroes mitológicos. En nuestros paseos empezamos a perder ritmo hasta el punto de que los abuelos y abuelas con andador nos miran con suficiencia cuando nos adelantan. En fin, que ya empiezas a dar guerra, chavalín.
En la semana veintiocho empezaron las clases online con la matrona (online por aquello de la pandemia). Es bastante gracioso ver a nuestra oronda y simpática matrona, que tiene unos sesenta años, utilizar a su enfermera para que le haga de cámara mientras hace el spagat y apoya la tripa en el suelo. La mujer es la bomba y obliga a que los padres vayamos a las clases virtuales. Cada vez que me ve me pregunta mi nombre y mis dos apellidos y todos nos meamos de la risa. Más o menos esa semana empezaste a moverte como si te hubiéramos inyectado cafeína y te pasas el día dando patadas. Parece que tu madre tiene un alien dentro cada vez que decides deformar la tripa como si no hubiera un mañana. Eso quiere decir que estás a tope y que todo va bien, así que nos reímos y se nos cae la baba cada vez que lo haces (menos cuando golpeas en las costillas o donde no deberías poder golpear, jeje).
Como última anécdota de esta entrada quiero contarte que Martina y yo hemos decidido abrir El Rastro del Bebé. Con todas las cosas que nos han ido regalando confiamos en tener stock suficiente para los próximos cinco años. Tenemos tres cunas, cuatro carros, dos balancines, cinco sillas de coche, siete cambiadores y hasta un patinete para niños de más de cinco años (¿en qué pensaría mi tía al regalárnoslo?), además de ropa suficiente para cuatro o cinco niños (por si te decides a salir con trillizos). Creemos que la gente se ha dedicado a enchufarnos todos los trastos que tiene en casa y, como no tenemos ni puta idea de qué es lo que sirve y qué no, nos hemos dedicado a recogerlo todo por si las moscas. El cuarto que habíamos preparado para ti ha pasado a ser mitad trastero y casi no entra luz. Ya veremos cómo lo apañamos.
Bueno, Orisito (todavía tengo dudas de vez en cuando), hasta aquí hemos llegado por hoy. Estamos en la semana treinta y ya queda muy poquito para que estés con nosotros. Nos han avisado de que vas a crecer bastante y esperamos que no crezcas mucho más, porque vas a salirle a tu madre por las costillas en vez de por donde toca. Sabemos que estás bien y te esperamos con muchísimas ganas. Va a ser la bomba cuando salgas aquí fuera.
Te quiero,
Papá[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]