[vc_row][vc_column][vc_single_image image=»964″ img_size=»full» alignment=»center»][vc_single_image image=»966″ img_size=»full» alignment=»right»][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]
17 de febrero, 2014 – Jimena
—Venga, te toca pagar a ti la ronda, rata.
—¡Otra pinta para mí!—dijo Tomás desde la mesa de billar.
Tomás estaba concentrado. Le tocaba una jugada difícil, así que no levantó la cabeza ni un milímetro para pedir su tercera cerveza. Después de enviar a Nacho a por las birras, Germán se quedó observando a Tomás: ¿cómo lo hacía para pegarles las palizas que les pegaba? Si no lo viera cada semana, pensaría que era imposible meter tantas bolas en tan poco tiempo. Llevaban en The Duck desde las ocho, como cada viernes, y tenían unas cuantas horas de noche con el único y magnífico plan de tomar cervezas y desconectar de sus trabajos.
En el bufete las cosas cada vez iban mejor, los años de estudio y las horas que Germán metía estaban dando sus frutos. Aquel día le había costado dejar de pensar en el caso de la desaparición del chaval del Instituto Internacional Virtus, donde él también había estudiado hacía ya unos años. El chico se llamaba Tobías, iba un curso por delante de su hermana Jimena y, por lo que parecía, no había roto un plato en su vida. Era un caso muy extraño. Su cliente, principal sospechoso y ex-profesor de taekwondo del chico, defendía su inocencia a capa y espada. No es que lo que dijera el cliente tuviera mucha validez. Lo que contaba eran los hechos demostrables, las pruebas que el juez aceptase. En fin, en The Duck jugando al billar poco iba a hacer por él, así que no tenía mucho sentido seguir dándole vueltas esa noche.
Vio llegar a Nacho con las tres pintas sobre una bandeja de color negro.
—Vaya cara paseas hoy, Germán, parece que te ha vuelto a dejar Amanda. Anda, bébete la birra y tira, que te toca.
—Tú siempre tan sensible, mamón.—sonrió Germán quitándose el flequillo de la cara con un soplido. Amanda había sido su última conquista a través de Tinder, una nueva aplicación para ligar que se estaba poniendo de moda y que a Germán le encantaba. Por una vez, él fue el que se encaprichó y ella la que no quiso saber nada más del tema.
—Vamos, chavales, como no espabiléis os vuelvo a ganar.—Tomás pasó el palo a Germán bailando al son de la música irlandesa.
Germán se concentró para ver si arreglaba el puñetero desastre de partida y le borraba la sonrisa de suficiencia al idiota de su amigo. Colocó la mano izquierda al final del taco. El brazo derecho bien estirado, con la mano haciendo ángulo entre índice y pulgar. Calculó el tiro y se preparó para golpear. Inspiró, retuvo el aire, y golpeó a la vez que Maroon 5 sonaba y vibraba en su bolsillo. La bola blanca salió despedida con tanta fuerza que se salió de la mesa. Las carcajadas de Nacho y Tomás sonaban tan fuerte que no se escuchaba ni la música.
—Callaos, ¡cabrones! Que me han llamado justo a la vez y me he asustado.
Sacó el móvil del bolsillo. “Papá”. Qué raro que me llame a estas horas y estando de viaje, pensó Germán.
—Hola, papá, ¿Todo bien?
—Hola, Germán, ¿Está tu hermana contigo? Me ha llamado tu madre preocupada para decirme que todavía no había llegado a casa y me ha despertado, que aquí son las tres de la mañana.
—Pues no… Creo que había ido al CUC a estudiar y que luego iba para casa. Se habrá retrasado hablando con alguna amiga y estará al caer.
—¿Te importa acercarte un segundo al CUC a ver si sigue por allí y la llevas a casa?
—Joder, papá, estoy tomando unas birras con Nacho y Tomás.
—Ya sabes cómo se pone tu madre, Germán. Hazme el favor, anda, por tener la fiesta en paz y por poder dormir un poco, que mañana tengo reunión con un laboratorio importante para ver si conseguimos esa nueva cepa de cebada.
—Vale, vale, ya voy. No me vuelvas a contar otra vez lo de la cebada. Me debes una cena con un reserva de esos de la bodega. Y ya os dije que teníais que comprarle un móvil. No entiendo esa manía que tenéis. Va a cumplir diecisiete años, ¿de verdad creéis que no tiene uno ya escondido por algún lado?
—Ya hemos hablado muchas veces lo del móvil, no vuelvas sobre lo mismo, por favor. Y hecho, en cuanto vuelva nos ponemos finos a vino. Prometido. Gracias, hijo.
—Venga, va, te llamo en cuanto esté en casa con Jimena.
—Un abrazo. Te quiero.
—Adiós, papá.
Germán colgó el teléfono y dio la mala noticia a sus amigos. Hermanos pequeños, dijeron ellos. Quedaron en que le esperaban allí, entre ir y volver del CUC no iba a tardar más de media hora. Cogió su americana, salió del bar y se subió al Porsche que su padre le acababa de regalar por el último ascenso en el bufete, y que había dejado aparcado en el parking de minusválidos que había justo delante de The Duck. El rugido del motor le hizo sonreír. Quitó la capota, metió primera y giró hacia el Cidón, el supermercado del pueblo que estaba en la pequeña plaza central de Portals Nous. Pasó de largo y siguió conduciendo por la carretera general. Encendió la radio. Sonaba regaetton y subió el volumen. Así, cantando y medio achispado por las tres pintas que se había tomado, fue como llegó al parking del CUC, situado al final de una calle sin salida justo delante del Instituto Público de Bendinat, donde estudiaban los que no podían permitirse ir al Virtus.
Apagó el motor y bajó del coche dejando la americana en el asiento del copiloto. La luna llena brillaba en un cielo sin nubes. El CUC, o Centro Universitario de Calvià, estaba cerrado. Lo único que se escuchaba era el viento meciendo las ramas de los pinos del bosque de al lado. Eran las diez y media de la noche y el centro cerraba a las nueve y media, así que era lógico que aquello estuviera desierto, pensó Germán. La oscuridad quedaba mal mitigada por un par de farolas cutres que alumbraban el edificio. Era un edificio viejo color canela, cuadrado, bastante feo y con pocas ventanas. Desde donde Germán había dejado el coche salían unas escaleras llenas de malas hierbas que bajaban hacia la entrada, recorriendo el lazo izquierdo del edificio. Germán las bajó a buen ritmo. El único sonido que se escuchaba era el del eco de sus pisadas luchando contra el viento.
Cuando llegó abajo miró en todas direcciones. Nadie. Sacó el móvil y marcó el teléfono de casa.
—Hola, mamá, ¿está Jimena en casa?—Su voz resonaba contra las paredes del oscuro edificio.
—No, todavía no ha llegado. Estoy un poco preocupada.
—No pasa nada, mamá, estoy aquí en el CUC, en cuanto la localice te pego un toque y la acerco a casa.
—Gracias, cariño.
Estaba claro que Jimena no estaba allí, pero por si acaso giró a la derecha y se dirigió hacia el otro lado del edificio, por comprobar también esa zona y marcharse tranquilo.
Fue entonces cuando lo vio.
Un bolso negro y pequeño, con una cadena de oro de finos eslabones, reposaba sobre el murete a la derecha del CUC. El viento mecía la cadena, que colgaba desde el borde como una flor que hacía tiempo que no se regaba. Recordó que en ese trozo de pared era donde los estudiantes se sentaban a hablar un rato cuando hacían algún descanso, y donde Germán había encontrado a su hermana más de una vez charlando con Rocío, su amiga del alma, hasta bien entrada la noche. Aunque se solía enfadar con ella por hacer aquellas cosas, no podía evitar sonreír cuando volvían en el Porsche, con la melena pelirroja de Jimena al viento y cantando Álex Ubago como si no hubiera un mañana.
Germán se acercó al bolso y, estando más cerca, se acordó de que su hermana tenía un bolso muy parecido, si no el mismo. Lo abrió con la intención de sacar la cartera para comprobar el DNI y, cuando sacaba la cartera, un papel cayó al suelo. Era un papel amarillento, muy viejo, del tamaño de una carta de baraja española. Germán se agachó y cogió el papel.
Lo primero que pensó es que se trataba de una broma pesada. Lo leyó varias veces y, aunque no lo comprendía del todo, un sudor frío empezó a recorrer su espalda.
“La revolución industrial y sus consecuencias han sido un desastre para la raza humana. Los que hacen uso de la tecnología para destrozar el planeta deben pagar por ello.
Si cortas una cabeza a la Hydra, salen dos. La única manera de detener esto es que las cabezas de la Hydra piensen diferente. Debéis entender lo que significa perder lo que más se ama.”
¿Qué quería decir aquello? Todavía tenía la cartera en la mano, así que la abrió y el sudor se convirtió en un miedo visceral cuando vio el nombre en el DNI: Jimena de Suances-Gómez Ulloa. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué hacía aquella nota dentro del bolso de su hermana?
Subió de dos en dos las escaleras mientras marcaba el número de su padre. Cuando iba a darle al botón de llamada sonó el grito. Un grito aterrador que le heló la sangre en las venas. Un grito de mujer, de pánico puro. Un grito de su hermana.
—¡Jimena! ¡JIMENA! ¡JIMENAAA!
Salió corriendo hacia el bosque que lindaba con el CUC, de donde había venido el grito. Un estrecho sendero de tierra se internaba entre los árboles y subía el pequeño monte. Germán lo había recorrido varias veces paseando a los perros y sabía que llevaba hasta las casas de la parte alta de Portals Nous, donde estaban las mansiones de las familias más adineradas. La casa de sus padres estaba en esa zona, en la parte más alta, pero Jimena nunca subía por el sendero si era de noche. Siempre iba por el paseo. Siempre.
Avanzaba como un animal al que habían soltado después de mucho tiempo enjaulado. En sus oídos, su respiración entrecortada se mezclaba con el retumbar de su corazón. El miedo había dado paso al pánico. No se dio cuenta cuando su camisa se enganchó en una rama y se desgarró a la altura del pecho. Solo pensaba en encontrar a su hermana.
—Jimena, ¡JIMENA! ¡¿DÓNDE ESTÁS!? ¡Ven aquí!
Siguió subiendo, cada vez más rápido, hasta que llegó a una explanada de unos cinco metros de diámetro donde el sendero ascendente se tomaba un respiro. Desde la explanada salían dos caminos, uno que llevaba directamente hacia la parte alta y otro que se dirigía, paralelo al monte, hacia su izquierda. Tomó el primero y siguió subiendo hasta que llegó a la calle. No había ni rastro de Jimena.
—Jimena… Ven, por favor. Vuelve.—Su voz empezaba a flaquear.
Volvió a bajar por donde había subido y, al llegar a la explanada, tomó el otro sendero, el que, ahora que bajaba, le quedaba a la derecha. Siguió corriendo y gritando el nombre de su hermana. La luz de la luna iluminaba el camino que recorría. Tropezó con una gran piedra y cayó al suelo de frente. Se miró las manos y vio que las tenía llenas de sangre. Al levantarse para seguir corriendo, echó una mirada a la piedra con la que había tropezado y volvió a caer al suelo.
La piedra no era una piedra. Era un cuerpo humano. Un cuerpo de mujer boca abajo, con una melena pelirroja empapada en un líquido viscoso. A rastras, se acercó y le dio la vuelta. El cuerpo cayó sobre su regazo, la cabeza colgando inerte.
—No… No, no, no, no… No, por favor. No.
Los ojos sin vida de su hermana le devolvían una mirada helada. Un profundo corte recorría el cuello de Jimena de lado a lado, del que manaba, lentamente, una sangre espesa y caliente que se mezclaba con las lágrimas de Germán.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][/vc_column][/vc_row]