[vc_row][vc_column][vc_single_image image=»1172″ img_size=»full» alignment=»center»][vc_single_image image=»1174″ img_size=»full» alignment=»center»][vc_column_text]22 de junio, 2019 – Figura encapuchada
Las últimas luces del día acompañaban los pasos de una figura que, cubierta por una capucha negra, bajaba con paso firme por la Calle de la Marina. Pasó por delante del restaurante Casa Paco, icono de la buena cocina, y giró a la derecha por la Calle Japón. Subió por la Calle de las Flores hasta que llegó al número dos. Mientras sacaba las llaves del bolsillo izquierdo de sus gastados vaqueros desvió la mirada hacia el local de la derecha, ese asqueroso bar llamado The Duck, cuna de borrachos y despojos sociales, del que salían ruidos que dejaban claro que los parroquianos habituales ya se estaban poniendo a tono.
Abrió el portal y bajó las escaleras de dos en dos hasta que llegó al piso menos cuatro. Dos pasillos, mal iluminados por fluorescentes cubiertos de telarañas, se extendían a derecha e izquierda. Puertas metálicas bautizadas con números rojos señalaban el número de cada trastero de aquel edificio de la Calle de las Flores. La figura tomó el pasillo de la derecha y se deslizó como un fantasma hasta la última puerta, señalada con la inscripción “Trastero 27”. Era una puerta vieja, igual de vieja que el resto, con manchas de óxido alrededor de la cerradura y con el número 27 desconchado; una puerta en la que nadie se fijaría nunca. Llamó siguiendo un patrón: golpe-golpe-espera-golpe-golpe-golpe. A pesar de las prisas por llegar, su pulso seguía siendo suave; pocas veces perdía el control. Esperó paciente a que respondieran desde dentro. Pocos segundos después una mujer joven, morena, de complexión atlética y ojos marrón oscuro, franqueó el paso a la figura encapuchada, que tuvo que entrecerrar los ojos color azul hielo para hacer frente a la potente luz aséptica que salía de aquel trastero. Un olor familiar, a pasado, invadió las fosas nasales de la figura relajando por un momento la tensión que acumulaba en los hombros. Aunque el descanso duró poco.
—Llegas tarde.
—Lo sé. Perdón. Me he despistado leyendo El Manifiesto.—respondió la figura encapuchada con una voz suave.
—Vamos. Tenemos trabajo y no tengo mucho tiempo. Si no vuelvo rápido empezarán a preguntarse por qué tardo tanto en ir al baño.
La mujer hizo un gesto con la mano derecha señalando una mesa metálica situada en la pared opuesta a la puerta, hacia donde se dirigió la figura sin descubrirse la cara. Sobre la mesa descansaba una carpeta marrón. Las otras dos paredes del trastero, perfectamente cuadrado, estaban cubiertas por archivadores y estanterías repletas de libros viejos. Todo estaba impoluto, como si un regimiento de trabajadores de Eulen pasara por allí dos veces al día. Un póster con una foto del Maestro coronaba la mesa, frente a la que había dos austeras sillas de madera esperando a ser ocupadas.
—¿Qué has podido averiguar sobre ella?
—Tienes el informe en la mesa.—respondió la mujer.
—Hazme un resumen, por favor. Será más rápido.
La figura encapuchada tomó asiento y dirigió una mirada penetrante a su compañera, que, apoyando la espalda sobre una de la estanterías, meditó unos segundos antes de empezar a hablar.
—Concepción Serrano, directora y accionista mayoritaria de PKS, el mayor banco de inversión del mundo. En 2016 autorizó la inversión de tres mil millones de euros en la industria armamentística con producción destinada, sobre todo, a las guerras de África (Mali, Burundi, Nigeria…). En los años 2000 lideró la apertura de los paraísos fiscales asociados a PKS, especialmente en Bahamas y Jersey, consiguiendo que PKS evadiera cientos de millones en impuestos. El año pasado aprobó la financiación de una central nuclear en pleno corazón del Amazonas peruano.
»Su fortuna personal se estima en trece mil millones de euros, fruto de inversión en miles de operaciones a lo largo de los últimos veinte años y de los dividendos que da PKS. Casada y divorciada, se quitó a su ex-marido de encima en 2013 enviándolo a trabajar a Holanda, se sospecha que bajo amenazas y coacción, pero no he podido confirmarlo.
»Vive con su única hija de quince años, Elena Sánchez, en una mansión de la zona alta de Portals Nous, aunque la mayor parte del tiempo lo pasa viajando. Está muy pendiente de la educación de su hija, que es alumna del Instituto Internacional Virtus. En la casa les asisten dos empleados: Carmen Jiménez, cocinera y limpiadora, y Adrián Lladó, el portero, que vive en una choza en el terreno de la propiedad.
—Es una de ellos. ¿Tenemos sus movimientos?
—Sí. La semana que viene tiene un viaje de cinco días a Ginebra y Ámsterdam para cerrar dos acuerdos: la financiación de una operación de compra masiva de terrenos en El Congo por parte de un consorcio chino, y la inversión en el desarrollo de una nueva cepa, más agresiva que la actual y de rápido crecimiento, de la multinacional CropTech, aunque parece que ésta última puede retirarse del negocio por la posición de su presidente. Los chinos han llegado a un acuerdo con el gobierno de la República Democrática del Congo para comprar 5 millones de hectáreas destinadas a la producción de cepas de CropTech que se exportarán directamente a China. La empresa de armamento San Fernando ha ganado el contrato para vallar y proteger ese campo de cultivo; drones, soldados, rádares… En definitiva, el armamento más sofisticado que puede comprar el dinero.
—Esta mujer no pierde el tiempo. ¿Qué sabemos de la hija?
—Elena Sánchez. Quince años. Estudiante modelo y niña perfecta para casi todo el mundo. Cuando la madre viaja sale de casa para acercarse a fiestas, generalmente organizadas en yates de Puerto Portals por el rico de turno. Adicta a la cocaína. Nunca pregunta de dónde viene el dinero que tienen, se limita a consumirlo. Lleva por el camino de la amargura a Carmen Jiménez, la asistenta, que es incapaz de controlarla y no dice nada a la madre por miedo a perder el empleo.
—¿Movimientos?
—La semana que viene, el martes a las diez de la noche, un oligarca ruso del gas organiza una fiesta para jóvenes de clase alta en su yate. Pantalán uno de Puerto Portals. Desde la puerta de su casa al puerto hay novecientos cincuenta metros. Lo más probable es que Elena camine hasta el puerto, como hace habitualmente. Ya ha confirmado su asistencia a través del grupo de Telegram que utilizan para organizar estos eventos. Varios alumnos más del Instituto Virtus asistirán, entre ellos Santiago Osorio, podríamos…
—No, Ana. No. Debemos ir paso a paso. Primero Elena, después investigaremos a los Osorio y decidiremos. No podemos cometer los mismos errores que en 2014. Sabes el precio que pagamos por aprender que las prisas no son buenas.
Ante estas palabras, Ana no pudo evitar pasarse la mano por la nuca y por detrás de las orejas. Las operaciones habían sido todo un éxito y era imposible asociar aquella cara angelical con su pasado. Sabía que su cara no volvería a ser nunca más la que fue y que estaba condenada a interpretar un papel, a jugar un juego peligroso, pero también sabía que estaba más que dispuesta.
—Ok. Lo entiendo, es solo que me cuesta controlarme. Cada mañana tengo que aguantar al idiota de Suánces-Gómez relamiéndose en su desgracia, como si su familia no hubiera asesinado a miles de personas y destrozado el hábitat de millones de animales.
—Paciencia. Solo tenemos que esperar y empujar. Caerán por su propio peso. De Germán no te preocupes, pronto dejará de molestar.
—Es muy fácil pedir paciencia cuando se vive aparte del mundo, con tiempo de sobra para pensar, para prepararse, para admirar al Maestro. Yo tengo que ir todos los días a trabajar a ese bar asqueroso, poner buena cara, aguantar a esos gilipollas y hacer como si no pasara nada. Me ponen enferma.
—Sabes que necesitamos que sigas allí, es la única manera de que el plan funcione.
—Lo sé…
—Ya queda menos, Ana, te lo prometo.
Con estas palabras, la figura encapuchada se levantó y comenzó a pasear por el reducido espacio; casi podían oírse los engranajes de su cerebro funcionando a toda máquina mientras procesaba la información que Ana le había dado sobre Concepción Serrano. Los ojos marrones de su compañera seguían su movimiento esperando alguna reacción. Unos minutos después se detuvo y calvó su mirada de hielo en Ana.
—Será el martes. En el torrente. Pasará sobre las nueve y media. Estaré allí a las ocho. Prepara la cabaña.
Ana asintió y se dirigió a la puerta del trastero, que abrió sin decir una palabra. La figura encapuchada cogió la carpeta marrón que contenía toda la información y, antes de salir, se detuvo al lado de Ana, apoyó una mano en su hombro y habló mirando al frente.
—Ten paciencia, hermana, ya queda menos. Ahora vuelve al bar a través del pasadizo, por favor. Nos veremos el martes en la cabaña, y hasta entonces no quiero saber nada de ti, ¿entendido?
Cuanto menos contacto tuvieran, más difícil sería establecer la relación.
A la misma hora a la que la figura encapuchada salía del edificio en la Calle de las Flores, Elena Sánchez cenaba tranquilamente con su madre frente a un televisor de noventa y ocho pulgadas en el salón de una mansión situada a dos kilómetros de The Duck, en lo más alto de la colina de Portals Nous. Las noticias hablaban de la deriva que la multinacional CropTech había tomado desde hacía unos cuatro años, cuando la hija de su director general, Ramón de Suánces-Gómez, había sido brutalmente asesinada. Su madre tenía la vista fija en el televisor y, a medida que la noticia iba dejando claro que CropTech tenía intención de hibernar los proyectos para nuevas cepas y centrarse en agricultura sostenible, sus labios se iban tensando y su cara iba tomando un color blanco tiza que no presagiaba nada bueno.
Aunque todo eso a Elena le daba igual.
No escuchaba ni una palabra de lo que decía la tele ni pensaba hacerlo. La tele es para viejos. Tenía su segundo iPhone 11 Pro entre las manos -el primero lo rompió contra la mesa de mármol del jardín en un arrebato de rabia porque su madre no quería comprarle el nuevo bolso de Hermés- y se dedicaba a chatear con Santiago Osorio, su nuevo ligue, preparando el terreno para la fiesta que Volodia Kozlov iba a dar en su yate el martes. Hacía un par de semanas que se había cansado de su último chico y Santiago le hacía bastante gracia; su padre tenía mucho dinero e iba a ser divertido jugar con él un par de semanas, seguro que le regalaba algo bonito. Siempre pasaba.
—Ese puto inútil.
—¿Qué dices, mamá?.—dijo Elena sin levantar la vista del iPhone.
—Nada, cariño, la tele, que me pone de mala leche. Cambiando de tema: mañana por la noche me voy de viaje. Le he dicho a Carmen que venga un par de horas más cada día, por si necesitas lo que sea. ¿Quieres que se quede a dormir?
—No importa. Con Adrián durmiendo en la portería es suficiente.
—Ya sabes que si necesitas algo solo tienes que llamarme.
—Sí, mamá.
—Anda, acábate las verduras, que se te van a quedar frías.
Sin hacer caso a su madre y sin despegar la cara del iPhone, Elena se levantó y subió las escaleras hacia su cuarto. De reojo vio, a través del enorme ventanal panorámico, cómo se apagaba la luz de la choza del portero. Se habrá fumado quince porros, el cabrón. Tengo que ir a pillarle, que me queda poca hierba. Llegó a la habitación, que olía a canela, como a ella le gustaba, y se echó sobre la cama de dos por dos metros sin desvestirse. Se durmió con una sonrisa de suficiencia pintando sus bonitos labios mientras emoticonos de amor de Santiago Osorio brillaban en la pantalla. No sabía que la conversación que había tenido con su madre había sido la última de su corta vida.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][/vc_column][/vc_row]