[vc_row][vc_column][vc_single_image image=»1165″ img_size=»full» alignment=»center»][vc_column_text]¡Hola, humanos!
Soy Pam, hermana del Canciller Pim y líder de los Ejércitos Árticos. Os escribo porque estos días estamos presenciando un resurgimiento de la vida marina que no habíamos visto en los últimos doscientos años y quiero haceros partícipes. ¡Estoy ilusionadísima! Además parece que, tras tres meses sin vehículos, os estáis adaptando a la nueva situación y os veo más felices; ¡esto también me alegra mucho!
Voy a relataros mi aventura para destruir vuestros pozos petrolíferos en el Golfo de México. Sé que es duro, pero debéis dejar de quemar hidrocarburos, porque La Tierra se está calentando y el deshielo acabará por destruir la Isla de Ellesmere, y eso no puede ser; no, no no. Podemos vivir todos en armonía, pero igual os hace falta un empujoncito para cambiar. Para eso estamos aquí.
Sigo con la aventura: salimos de la Isla de Ellesmere un domingo por la tarde con el sol brillando sobre un océano de cristal. Cincuenta orcas, miembros de la Legión de Honor de los Ejércitos Árticos, me acompañaban cortando el agua con sus gigantescas aletas dorsales. Nadábamos felices hacia el sur cruzando la Bahía de Baffin, entre Groenlandia y Canadá; hacíamos cabriolas en el aire y celebrábamos que no había ningún barco surcando los mares, pues todos habían dejado de funcionar por la activación del Pulso Electromagnético Gamma.
Seguimos la corriente del Labrador bordeando la costa de la Isla de Baffin hasta que llegamos a Nueva Escocia, donde nos sumergimos por debajo de los cien metros para evitar la corriente del Golfo, esa que provoca que en Europa tengáis tan buen clima y todavía mejor vino, y que en aquel momento nos era desfavorable. Al descender nos cruzamos con una ballena azul que nadaba acompañada de un pequeño ballenato; habían recibido noticia de que los barcos balleneros habían desaparecido y subían de nuevo a aguas árticas para visitar a sus primos, que vivían al norte de Groendlandia y nunca se movían de allí, cosa que sorprendía muchísimo al joven ballenato, que no entendía cómo sus primos se quedaban allí pudiendo nadar por todo el mundo. ¡Por todo el mundo!, repetía el pequeño. Estaban tan felices por poder viajar sin miedo que el ballenato, mientras giraba sobre sí mismo celebrando el momento, tuvo la mala fortuna de chocar con una medusa enorme. Ésta, riendo, saludó amablemente mientras la corriente la llevaba hacia el Atlántico. ¡Hasta las gruñonas medusas están felices!
Al llegar a la altura de Nueva York nos encontramos con Pum, al que tuvimos que recordar su misión porque se había despistado persiguiendo a un banco de gambas. Muy arrepentido, nos dijo que volvería inmediatamente a su posición en el Puente de Brooklyn, pero en cuanto nos alejamos unos metros le vi perseguir de nuevo a las gambas y coger todas las que le cabían en la boca antes de darse media vuelta, amenazando con la aleta derecha a las que se le habían escapado. ¡Este hermano mío no tiene remedio!
Proseguimos el viaje bajando hasta la costa de Florida, donde llegamos con el cuarto atardecer. La estampa que encontramos fue insólita. En la playa de Miami miles de personas se agolpaban en lo que parecía una reunión desreunida; quiero decir, mucha gente en el mismo lugar pero esparcidos a lo largo de toda la playa. Estaban felices, tocaban instrumentos, bailaban y comían en envases de metal reutilizable, pues el plástico empezaba a escasear. Ordené a las orcas esperar y me acerqué con sigilo a la orilla con la intención de adivinar el motivo de tanta alegría, donde escuché esta conversación entre dos jóvenes de piel morena:
—¡Hemos ganado! Por fin, por fin ha llegado el cambio.
—¿Crees que nos dejarán? ¿Crees que podremos? No sé yo…
—¡Que sí, Joe, que sí! ¡Es el mayor logro de los partidos ecologistas de la historia de la humanidad! Por fin la gente ha entendido que es la única manera de salvarnos, de salvar el planeta. El misterio de los vehículos ha sido el detonante para que empecemos a pensar. ¡Benditas bicicletas!
—¿Qué curioso lo de los vehículos, verdad?
—Pues sí, quién…
Ya había escuchado suficiente, así que dejé a los jóvenes disfrutando y charlando, me sumergí y volví junto a mi ejército. Después de desviarnos para comer y descansar, continuamos hasta el Golfo de México, donde llegamos preparados para ejecutar nuestro plan.
La primera parada fue en aguas de Luisiana, en el Delta del río Mississippi. Fue una parada para no olvidar, para recordar por qué estábamos allí. Los sonidos del mar se apagaban a medida que bajábamos hasta los restos de la plataforma Deepwater Horizon, una mole de hierro que hundisteis en el año 2010 provocando, queremos creer que por accidente, el mayor vertido de petróleo crudo de la historia. Millones de amigos murieron esos meses. Miles de delfines, tortugas, pelícanos, manatíes, peces de todas las especies que podáis imaginar; todos perecieron luchando contra un enemigo que no debía estar allí, al que, para hacerlo todavía peor, añadisteis millones de litros de químicos que tirasteis al mar intentando reparar vuestro error. Vosotros seguisteis viviendo como si no pasara nada en superficie, pero las cosas nunca se han recuperado aquí abajo. Nunca.
Las siguientes paradas fueron, sistemáticamente, en todas y cada una de las casi cuatro mil plataformas petrolíferas que habéis instalado en unos mares que son de todos. Tardamos cinco semanas, pero ya está hecho; ni Cuba, ni Estados Unidos, ni México tendrán acceso nunca más a estos pozos. Hemos decidido que treinta orcas, al mando del Comandante Willy, permanecerán en estas aguas atentos a cualquier tentativa de abrir otro pozo. Estáis avisados.
Bueno, ahora que he dado las malas noticias, ha llegado el momento de despedirme de vosotros con palabras bonitas: creo que empezáis a entender, que empezáis a creer. La conversación que escuché en Florida dice mucho de vosotros. Debéis seguir así. El cambio no va a ser fácil, pero conseguiremos vivir todos en armonía. Os lo prometo.
Con mis mejores deseos,
Pam
General de los Ejércitos Árticos
Isla de Ellesmere
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